domingo, septiembre 21, 2008

EL ÚNICO Y SABIO DIOS.

CLAVES PARA LA FELICIDAD
IX PARTE

Pastor Iván Tapia

Lectura Bíblica: San Judas 24,25

Propósitos de la Charla: a) Comprender que sólo Dios tiene los atributos necesarios para darnos la felicidad; b) Tener una visión global de lo que Dios nos presenta como “felicidad” para el hombre en la vida terrena y eterna.

“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, / al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.” (San Judas 24-25)

San Judas Tadeo nació en Caná de Galilea, era agricultor. Su padre fue Alfeo Cleofás, hermano de San José y su madre María Antera, prima hermana de la madre de Jesús. Tuvo cuatro hermanos: Santiago el Menor, apóstol; José llamado el Justo; Simón, Obispo de Jerusalén y María Salomé, madre de Santiago el Mayor y de San Juan Evangelista. Judas tomó el sobrenombre de Tadeo -que significa "valiente"- para distinguirse de Judas Iscariote.

El reservado y paciente agrónomo, al escuchar la palabra de Jesús, dejó su trabajo para integrarse a la legión de discípulos del Mesías, convirtiéndose en uno de sus apóstoles; siendo el más grande y fervoroso predicador de la doctrina del Maestro. El Señor lo eligió como apóstol, y después de Pentecostés, Judas se dedicó con afán a la predicación del Evangelio.

En la noche de la Última Cena le preguntó a Jesús: "¿Por qué revelas tus secretos a nosotros y no al mundo?". Jesús le respondió que esto se debía a que ellos lo amaban a Él y cumplían sus mandatos y que a quien lo ama y obedece, vienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y forman habitación en su alma (San Juan 14:22).

San Judas fue a predicar a la Mesopotamia y Libia. Llevó el mensaje mesiánico hacia las regiones de Galilea, Judea, Asia, Egipto, Eúfrates, Tigris, Libia, Samaria, Edesa y Babilonia, llegando hasta los confines de Siria y Persia. En su paso por estos lugares sufrió crueles persecuciones, más ello no lo detuvo para realizar numerosos prodigios y con su prédica transformó cientos de personas al cristianismo, entre ellos al Rey Acab de Babilonia.

Simón y Judas, apóstoles, después de haber recorrido diversos países durante casi treinta años, decidieron ir a Persia, donde fundaron y formaron Iglesias o comunidades cristianas, una de las cuales fue la de Babilonia. Transitando por numerosos caminos con su hermano Simón, llegó a Persia donde todas las mujeres eran iguales "madre, tía, hermanas, sobrinas"; los muertos eran llevados a los bosques para que fueran devorados por los animales, entre otros tratos y actos que atentaban contra los valores morales y cristianos. San Judas recorrió todo el territorio, predicó corrigiendo todos los vicios y errores, logrando convertirlos a todos, los cien mil habitantes; bautizó e hizo matrimonios masivos. Con la ayuda de todos levantó capillas donde el pueblo iba a orar y a escuchar el Sermón de los Apóstoles; hizo que enterrasen a sus muertos y todos lograsen vivir felices cumpliendo con la Ley de Dios y los principios cristianos. Al enterarse del martirio de Santiago el Menor, el año 62 d.C. se encaminaron a Jerusalén donde San Simón fue elegido como nuevo obispo.

Estos actos de San Judas Tadeo, entregado a un pueblo especialmente reconocido por sus propias experiencias y conocimiento, hizo que los idólatras desairados y habiendo perdido credibilidad, decidieran adelantárseles a los Apóstoles en su peregrinaje a la próxima ciudad, Suamir; allí mal informaron al pueblo diciéndoles que habían llegado dos extranjeros que estaban quitando el culto a los dioses y que debían morir. Más tarde ambos apóstoles se dirigieron nuevamente a Persia y sufrieron el martirio. Al llegar los Apóstoles fueron recibidos con gritos hostiles, maltratados sin misericordia y apresados, siendo conducidos al templo para que adorasen al Sol y la Luna. Fueron abandonados en el santuario, encadenados hasta el nuevo día en que los sentenciaron a muerte; fuera de la ciudad San Simón fue muerto con golpes de mazo en la cabeza y aserrándolo por medio y a San Judas lo decapitaron con un hacha. Esto sucedió aproximadamente el año 107 d.C., a inicios del siglo II d.C.

Se encuentra escrito en crónicas de la época testimonios señalando que, en el momento en que murieron hubo un fuerte temblor, se cayó el templo de adoración al Sol y la Luna, y quedó destruido el altar de los ídolos, huyendo todos los agresores aterrorizados. Al saber la noticia el Rey Acab llegó con sus soldados y recogió los cuerpos, llevándolos a Babilonia. Cuando los mahometanos se apoderaron de Persia, sus restos fueron llevados a Roma. Existe la creencia de que el Papa León III, después de haber coronado emperador a Carlo Magno en el año 800 se los donó, siendo conducidos sus restos a la Basílica de San Saturnino de Tolosa, Francia, luego de su descubrimiento en 1511.

Como a San Simón lo mataron aserrándolo por medio y a San Judas Tadeo cortándole la cabeza de un hachazo, al primero lo pintan con una sierra y a Judas Tadeo con un hacha en la mano.

LA CARTA DE SAN JUDAS.
San Judas Tadeo escribió una Carta que está en la Biblia, en la cual ataca a los gnósticos y dice que los que tienen fe pero no hacen obras buenas son como nubes que no tienen agua, árboles sin fruto, y olas con sólo espumas, y que los que se dedican a la fornicación o pecados de impureza y a hacer actos contrarios a la naturaleza, como los actos homosexuales, sufrirán la pena de un fuego eterno (San Judas 7).

La carta de San Judas pertenece al género literario llamado "controversia" y tiene un carácter abiertamente polémico y contiene abundantes elementos de la tradición apocalíptica judía. Es un escrito cuya misión fundamental es el combatir las ideas de la secta llamada de los "gnósticos", los cuales afirmaban que eran personas muy espirituales y estaban "por encima" de toda norma moral, por lo que llevaban una vida sexualmente desenfrenada. Su orgullo los hacía creer que vivían muy unidos a Dios, a pesar de negar a Jesús como el Mesías. Su posición era la consecuencia del "dualismo", pues separaban de forma radical el cuerpo del alma, afirmando que Dios sólo se ocupaba de lo espiritual, quedando el cuerpo al arbitrio del hombre. Leyendo esta carta nos encontramos que el autor apoya su argumentación en libros "apócrifos" tales como "La ascensión de Moisés" y el Apocalipsis de Henoc. En esa época todavía la Iglesia no había establecido el canon, es decir cuáles eran los libros inspirados pertenecientes al Nuevo Testamento.

La intención básica de la carta es animar a los creyentes a mantenerse firmes en la fe recibida de los apóstoles y a no ceder ante la seducción que puedan ejercer ciertos "falsos" maestros de la fe. Para ello evoca una serie de ejemplos típicos recogidos de la tradición judía y pone en guardia a los cristianos ante la posibilidad de que también ellos puedan ser objeto de castigos semejantes. Es lo que les sucederá si no se mantienen fieles a la doctrina recibida y se comporten libertinamente. En su carta, San Judas aconseja que no seamos del grupo de los que son murmuradores, descontentos de su suerte y que viven según sus pasiones y emplean palabras indebidas. Y termina su carta con esta bella oración: "Sea gloria eterna a Nuestro Señor Jesucristo, que es capaz de conservarnos libres de pecados, y sin mancha en el alma y con gran alegría".

El apóstol Judas Tadeo ¿habrá sido un hombre feliz? Si midiéramos la “felicidad” basados en los placeres que una persona tiene, los éxitos materiales y una vida fácil, indudablemente diríamos que no. Mas nuestro personaje miraba la vida desde otra óptica, desde el punto de vista de Dios y de la promesa que Jesús le había hecho, que juzgaría a su pueblo con Él, si se conservaba fiel. “Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.” (San Mateo 19:28). La felicidad de Judas, el “valiente”, era seguir a su Señor y Maestro hasta la muerte. ¿Es esta su felicidad también?

¿ES USTED FELIZ?
Si hiciéramos a un grupo de personas esta pregunta probablemente responderían “No, porque…” y todos tendrían una razón para decir que las cosas en su vida no son perfectas, como porque: no tengo casa propia, mi marido me abandonó por otra mujer, mis hijos se fueron a otro país, estoy sin trabajo, no terminé mis estudios, estoy en un trabajo que no me agrada, sufro una enfermedad crónica, soy ciego, todavía no me sale la pensión de vejez, no estoy conforme con mi esposa, no he vendido bien mi último trabajo, etc. etc. Cada persona puede tener una y más razones para declarar que no es feliz. Es que pensamos que la felicidad radica en lo que tenemos y deseamos que la vida sea perfecta en todos los planos. Cualquier carencia ensucia ese concepto de perfección que damos a la palabra “felicidad”.

En esta serie hemos estado estudiando el punto de vista bíblico de la felicidad. La Escritura es muy clara: la felicidad está en encontrarse con Jesucristo, creer y aceptar el Evangelio y vivir de acuerdo a lo que nos enseña. La felicidad no es una satisfacción para vivir durante los cortos años de vida en esta tierra sino que para experimentarse durante toda la eternidad. La vida comienza con el nacimiento del hombre y nunca termina; el ser humano tiene vida eterna. ¿Qué significa que Jesús nos da la “vida” eterna? Que nos otorga la salvación, la “vida” que viene de Dios. Lo contrario de esa “vida” es la “muerte” eterna en el lago de fuego (Apocalipsis 20:15)

SIGNIFICADO DE “FELICIDAD”.
La palabra “felicidad” en nuestro idioma deriva del latín felicĭtas, -ātis; y significa un estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. También se refiere a satisfacción, gusto, contento. Incluso se ocupa para designar una acción, como suerte feliz o viajar con felicidad.

Analizando la palabra podemos percatarnos cuan ligada está para nosotros la felicidad a la “posesión de un bien.” No concebimos felicidad sin tener cosas. Desde este punto de vista el cristiano puede ser perfectamente una persona feliz porque posee “cosas” que aunque no son palpables o aún se tienen en esperanza, no por eso son menos reales que las cosas concretas. Reflexionemos entonces: ¿En qué se sustenta mi felicidad? ¿En que poseo todo lo que necesito y no carezco de nada, o en que poseo a Jesucristo? Si usted tiene a Jesús en su corazón, lo tiene todo porque tiene al Creador de todas las cosas. La palabra “felicidad” siempre se usa para referirse a satisfacción, gusto, contento. Nuestra mayor satisfacción es conocer a Cristo y tener la salvación. El mayor gusto es alabarle y adorarle. Nuestro contento es ser eternamente propiedad de Dios. En conclusión podemos decir que tenemos una “vida feliz”.

En verdad la felicidad es una actitud. Podríamos entrevistar a dos pobres, uno es cristiano y el otro incrédulo. A ambos le haremos la misma pregunta inicial ¿Es usted feliz? La respuesta de cada uno será diferente. El primero dirá “Sí, porque tengo a mi Señor, soy la criatura más rica del mundo”. El segundo dirá “No, porque vivo la injusticia de un mundo en que los ricos y políticos tienen sumida en la pobreza a la clase obrera”. Al parecer nuestro último entrevistado tiene una formación política. ¿Cómo es posible que dos personas frente a una misma realidad tengan visiones diferentes? Porque ambas tienen puntos de vista distintos. El punto de vista cristiano se basa en una interpretación espiritual de la vida. Si nosotros como cristianos seguimos teniendo la interpretación que el mundo da a la realidad, jamás experimentaremos la “felicidad” según Cristo.

BUENOS PENSAMIENTOS.
Thomas Chalmers, ministro presbiteriano, teólogo, escritor y reformador (1780-1847) pensaba que “la dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar.” Tener una vida con propósito, como se dice hoy día, pareciera ser otra clave de la felicidad. Quien no tiene sentido de vida experimentará depresiones y vacío en su alma. La Palabra de Dios nos da un sentido de vida al mostrarnos una puerta, un camino y una meta en la vida.

El escritor norteamericano Henry Van Dyke (1852-1933) pensaba que “la felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos.” La felicidad es una actitud y no algo externo, no es una acción sino una disposición. Puede haber dos presos en la cárcel, ambos con el mismo delito y la misma condena, sin embargo uno es creyente y el otro no. El cristiano dirá que es feliz porque ahora tiene la libertad que Jesucristo le ha dado y puede hablar a otros de Jesús: al gendarme, a otros reos, a su familia que le visita. En cambio el incrédulo acumulará cada día más odio contra la sociedad que le castiga y contra Dios que permite que le suceda aquello. Nuestra felicidad no depende de circunstancias sino de convicciones.

El maravilloso escritor ruso León Tolstoi (1828-1910) escribió “mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo.” El contentamiento es una virtud propia del hombre que vive feliz. No hay felicidad sin contentamiento.

Todos estos pensamientos son de hombres sabios y útiles para acercarnos al concepto de felicidad, pero como ella es más que una idea una práctica, requerimos capacitarnos para adquirirla o conquistarla. ¿Cómo lo haremos? ¿Es el ser humano capaz de lograrlo o requerirá de otro elemento, ajeno a él, para lograrlo?

¿DÓNDE BUSCARLA?
La Biblia, al contrario de la Filosofía, siempre nos está indicando fuera de nosotros. Pareciera que un libro espiritual y Sagrado debería mostrarnos un camino interior o de “espiritualidad” como solución a nuestro problema de ser felices, sin embargo nos indica hacia algo que está fuera de nuestro ser, más bien dicho hacia Alguien. Nos dice, por ejemplo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie viene al Padre si no es por mí” (San Juan 14:6); “Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5); “Volveos a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra; porque yo soy Dios, y no hay ningún otro” (Isaías 45:22). La felicidad se encuentra en Dios, un Salvador y Señor que viene a habitar dentro del ser humano, salvarle, sanarle, ordenar su vida y prepararlo para las eras venideras.

En los versículos finales de la epístola de San Judas, que conforman una “doxología” o glorificación de Dios, el Espíritu Santo quiere transmitirnos un mensaje muy claro: que sólo Dios podrá presentarnos limpios y con gran alegría ante Su Presencia. Porque Él es Único, Sabio, Salvador, y tiene toda autoridad eternamente. El tema central de este versículo es la absoluta confianza en Dios para llevarnos hasta el final del camino que Dios ha trazado para nosotros. Podemos afirmar, basados en la doxología de la carta de San Judas, que:

Sólo Dios tiene los atributos necesarios para darnos la felicidad.

Nadie, ni nosotros mismos poseemos los atributos necesarios para llegar a la Presencia de Dios. La vida cristiana requiere de Uno que sí es capaz de ayudarnos y conducirnos hacia la vida en las edades futuras, es decir el “milenio” y la “vida eterna”.

1. Sólo Dios puede guardarnos del mal.
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída”
Sólo Jesucristo puede guardarnos de caer en pecado. Ciertamente cada persona es responsable de su propio pecado, mas por el hecho de estar en naturaleza caída, es muy probable que no seamos capaces de enfrentar el mal y necesitemos de una fuerza superior que nos ayude. El Espíritu Santo nos da fuerzas para vencer el mal. Una de Sus capacidades y función es potenciarnos y revestirnos de poder (Hechos 1:8) para vencer el mal. “ He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” (San Lucas 24:49)

“Y a aquel que es poderoso”
Alguien puede ser muy fuerte de carácter e imponerse a los demás, incluso puede ser un líder pero ello no garantiza que será capaz de sobreponerse a sí mismo. Tenemos una lucha contra nuestra carne, contra nuestras pasiones y debilidades. También luchamos contra las tentaciones del mundo y contra las tinieblas. Lo nuestro es una verdadera guerra espiritual. Solamente Jesucristo nos da el poder para vencer. Él nos ha revestido con una armadura, la cual es preciso utilizar. Si no la usamos es sólo por rebeldía e ignorancia (Efesios 6:10-18). Pero también nos ha dado una herramienta para ser felices, “el gozo del Señor” “Luego les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza. / Los levitas, pues, hacían callar a todo el pueblo, diciendo: Callad, porque es día santo, y no os entristezcáis. / Y todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar porciones, y a gozar de grande alegría, porque habían entendido las palabras que les habían enseñado.” (Nehemías 8.10-12)

“… para guardaros sin caída”
Es muy necesario guardarse del pecado, por varias razones:
a) Para no ofender a nuestro Padre Celestial, a quien amamos.
b) Para tener un testimonio coherente con nuestras palabras y pensamientos, y así ser bienaventurados.
c) Para no corrompernos y deteriorarnos espiritualmente, sino crecer a la estatura de Cristo, nuestro Modelo. Sólo así alcanzaremos la meta de ser como Jesús.
d) Para obtener la “recompensa” y reinar con Cristo en el milenio.

“… aquel que es poderoso”
Sólo el Señor Jesucristo puede presentarnos sin mancha delante de Dios, porque Él murió por nosotros y lavó nuestros pecados.

2. Sólo Dios puede santificarnos.
“… y presentaros sin mancha”
Los pecados son manchas en nuestra alma. El trabajo de Jesucristo es limpiar el pecado de Su Iglesia. “a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.” (Efesios 5:27)

El alma se mancha con malos pensamientos, con culpas, con sentimientos negativos. Sólo el Señor, a través de nuestro reconocimiento y confesión de pecados, puede limpiarnos y hacernos agradables a Él por medio de los méritos de Su sangre.

“… y presentaros sin mancha delante de su gloria…”
Nuestra alma, como cristianos, deberá presentarse ante el Tribunal de Cristo para rendir cuentas de nuestras obras. “Mas tú ¿por qué juzgas á tu hermano? ó tú también, ¿por qué menosprecias á tu hermano? porque todos hemos de estar ante el tribunal de Cristo” (Romanos 14:10) “Porque es menester que todos nosotros parezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, ora sea bueno ó malo.” (2 Corintios 5:10)

3. Sólo Dios puede brindarnos gran alegría.
“… presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría”
¿Cuál podrá ser la “gran alegría” de la que habla San Judas en este texto? “Has amado la justicia y aborrecido la maldad; Por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus compañeros.” (Salmo 45.7) Los cristianos tendremos gozo perpetuo como corona, “Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido.” (Isaías 35:10) San Judas se refiere a la alegría que habrá en el cielo cuando estemos para siempre con Dios. Esta es la clave de la felicidad, “Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. / Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo.” (Salmo 100:1,2)

La mayor alegría o felicidad del ser humano es la eterna salvación de su alma, agradar a Dios y estar para siempre con Él. ¿Desea usted agradar al Señor y estar siempre con Él? ¿O usted dice “no importa si no estoy en el milenio con Él pues luego pasaré una eternidad en Su Presencia”? Eso sería amar muy poco a nuestro Padre Celestial. No sólo regocíjese con la “salvación” que Él le ha regalado, sino que también busque la “recompensa” que ha prometido a los bienaventurados.

La palabra “felicidad” habla acerca de un estado del ánimo de complacencia, satisfacción, gusto, contento, suerte. Para muchos decir “feliz” es decir alegre, contento, gozoso. Si tenemos en cuenta que una emoción es la expresión de un sentimiento, la felicidad sería el sentimiento o la actitud que se esconde bajo la alegría y el gozo. Tomemos por ejemplo el llanto de un niño menor de dos años; es la expresión o el modo de comunicar un bebé su malestar, ya sea este hambre, dolor de estómago u otra desazón. El llanto es la forma de comunicar su sentimiento. El salto y el grito de “¡gol!” de un hincha en el estadio es la expresión corporal y audible de un sentimiento de alegría por la victoria del equipo. Las lágrimas que un padre o una madre derrama en la ceremonia de graduación de su hija universitaria, son la expresión emocional de un sentimiento más profundo, la satisfacción de haber logrado una meta, luego de mucho esfuerzo. La emoción es de carácter más visceral, corporal, visible. El sentimiento es más abstracto y subjetivo. Así la felicidad sería la explicación de muchas emociones objetivas, como la alegría y la exaltación en la alabanza a Dios.

Las emociones más frecuentes en la persona que es feliz son la alegría, el gozo, el deleite, el regocijo, la risa. Aún cuando no necesariamente se exprese en emociones tan vibrantes, son parte de la felicidad cristiana la alegría y el gozo.

La alegría es un sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores. Se llama también alegría a las palabras, gestos o actos con que se expresa el júbilo. El gozo en cambio deriva del latín gaudĭum y es el “sentimiento” de complacencia en la posesión, recuerdo o esperanza de bienes o cosas apetecibles. El gozo es alegría del ánimo. Creemos que cuando la Biblia designa algo como gozo se está refiriendo al sentimiento más profundo y cuando dice alegría es para nombrar una acción o emoción visible.

4. Sólo Dios tiene los atributos necesarios para darnos la felicidad.
“al único … Dios…”
Una de las características de Dios es que es Único. No hay otro Dios. No es que exista un dios de los hindúes, un dios de los chinos, uno o muchos dioses de los polinésicos, sino que hay un solo Dios. Los demás son ídolos o imitaciones de Dios.

Existe un solo Dios. “Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre" (1 Timoteo 2:5)

“ al único y sabio Dios…”
El apóstol Santiago establece las diferencias entre la sabiduría Divina y la sabiduría humana: “13 ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. 14 Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; 15 porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. 16 Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. 17 Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. 18 Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.” (Santiago 3:13-18) La sabiduría humana 1. Está asociada a celos amargos y contención en el corazón; 2. Es jactanciosa; 3. Es mentirosa; 4. Es animal y diabólica; 5. Es contenciosa. La sabiduría Divina: 1. Se cumple en la acción, es coherente; 2. Se presenta con mansedumbre; 3. Es pura, pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía; 4. Es pacífica.

“… nuestro Salvador…”
Jesucristo es nuestro Salvador. Nos salvó de la condenación eterna y de vivir lejos de Dios. Nos salvó de vivir infelices, sin gozo en nuestro corazón.

“… sea gloria…”
Gloria es “éxito”. Los ejércitos cuando ganan la batalla vuelven gloriosos. Se llama gloria también a la Presencia de Dios, porque en Él todo es victoria, no hay derrota en Dios. Jesucristo es un Vencedor; Él venció a la vieja naturaleza humana, al mundo y a Satanás, por nosotros, en su vida, pasión, muerte y resurrección. San Juan testifica: “Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.” (Apocalipsis 5:5). La gloria Divina es pura, sin contaminación. En cambio la gloria humana siempre lleva algo de orgullo y es peligrosa.

“…sea gloria y majestad…”
A los reyes se les trata de “majestad”. Algo majestuoso es algo muy grande, que está sobre uno. El diccionario la define como “Grandeza, superioridad y autoridad sobre otros.” Se da ese título o tratamiento a Dios, y también a emperadores y reyes.

“…sea gloria y majestad, imperio”
Un imperio es un gobierno que cubre vastas extensiones de tierras y culturas. Llamase a un conjunto de estados regidos por un emperador. Jesucristo es Emperador por cuanto regirá a todas las naciones durante el milenio y por la eternidad.

“…sea… imperio y potencia…”
El poder o potencia de Dios en la creación se demuestra por su existencia y por la salvación que ha realizado en muchos seres humanos.

“al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.” (San Judas 24-25)
El apóstol San Judas Tadeo dirige estas palabras al término de su carta, a modo de bendición y reconocimiento de Dios. También para recordarnos en quien hemos creído: un Dios Todopoderoso; un Dios Santo y Santificador; un Dios con un propósito: presentarnos sin mancha delante de Su gloria con gran alegría; un Dios Único y Sabio Dios; un Dios Salvador; victorioso, majestuoso, de gran autoridad y poder; y Eterno.

El texto es una doxología. Del griego doxol y logos. En el mundo griego, doxa significaba opinión. Pasa a expresar la objetividad absoluta, la realidad de Dios, su gloria. La palabra “gloria" expresa realmente todas las manifestaciones de Dios en la historia de la salvación, desde la creación hasta la parusía. “Doxología" se usa para indicar la propiedad de dar gloria a Dios que debe tener el lenguaje teológico para ser auténtico. En el lenguaje de la liturgia indica la oración de alabanza dirigida a Dios. La gran doxología es el himno del Gloria, un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, reunida en el Espíritu Santo, glorifica y suplica a Dios Padre y al Cordero.

Es algo más que una formalidad esta doxología. Tiene un propósito formativo y de confirmación en la fe.

¿En quién se centra la glorificación de San Judas al término de la carta? La glorificación que San Judas hace al término de su epístola, está centrada en Dios que, por medio de Su Espíritu Santo nos guardará del pecado. Declara la autoridad de Jesucristo y reconoce a un Dios eterno.

CONCLUSIÓN.
En esta serie sobre la Felicidad hemos aprendido nueve claves para hallarla, a saber que:

1. Necesitamos aprender la Sabiduría de Dios para ser felices. Esto nos lo enseñó el sabio Salomón.
“El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. / Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.” (Eclesiastés 12:13,14)

2. Necesitamos comprender y caminar con la esperanza de los hijos de Dios, que es saber que un día será manifestada nuestra verdadera naturaleza, hemos nacido de nuevo. El apóstol San Juan se encargó de enseñarnoslo.
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. / Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.” (1 Juan 3:2,3).

3. Necesitamos aprender y aplicar la justicia de Dios, relacionándonos con Él por medio de la fe. Fue una enseñanza de San Pablo.
“y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; / a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Filipenses 3:9,10)

4. Necesitamos confiar plenamente en Dios, sin envidiar al mundo; edificar nuestra vida sobre la roca que es la Verdad de Dios. El salmista Asaf se encargó de transmitirnos esta experiencia.
“Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.” (Salmo 73:26)

5. Necesitamos conocer completamente la Revelación del Señor tocante al fin de los tiempos y vivir confiados en esa esperanza. Es lo que enseña San Juan el Teólogo en Apocalipsis.
“Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. /…/ Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años.” (Apocalipsis 20:1,4)

6. Necesitamos tener la certeza de que nuestros nombres están inscritos en el Libro de la Vida y vivir la vida cristiana con esta convicción. Otra enseñanza de Apocalipsis.
“ Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. / … / Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” (Apocalipsis 20:12,15)

7. Necesitamos ser victoriosos en Cristo, venciendo a nuestra carne, al mundo y al diablo. Lo demanda el Espíritu Santo en el libro de la Revelación.
“El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.” (Apocalipsis 21:7)

8. Necesitamos saber y practicar los valores del Reino de Dios declarados en las bienaventuranzas y así obtendremos nuestro galardón en el milenio. Una de las más hermosas enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo (San Mateo 5:1-12)

9. Necesitamos aprender que sólo Dios tiene los atributos necesarios para darnos la felicidad. Nos lo enseña el apóstol San Judas. La última y principal clave para la felicidad es Dios mismo, el Único y Sabio Dios. (San Judas 24-25)


PARA REFLEXIONAR:
1) Medite a la luz de la enseñanza sobre la felicidad, los siguientes textos: Eclesiastés 2:26, Eclesiastés 9:7, Eclesiastés 2:1, Eclesiastés 5:20, Salmo 37:4, Eclesiastés 8:15, Eclesiastés 11:8, Deuteronomio 27:7, 1 Crónicas 12:40, Salmo 97:11, Salmo 119:24, Isaías 51:11, San Lucas 2:10, San Juan 15:11, 2 Corintios 1.24, Filipenses 4:4, 1 Pedro 1:8-9, 3 Juan 3-4, 2 Corintios 1:24, Filipenses 4:4, 1 Pedro 1:8-9, 3 Juan 3-4.
2) A partir de las palabras subrayadas en el Salmo 100, tenga un tiempo de ministración al Señor: “Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo. Reconoced que Jehová es Dios; El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. Entrad por sus puertas con acción de gracias, Por sus atrios con alabanza; Alabadle, bendecid su nombre. Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, su verdad por todas las generaciones.”

BIBLIOGRAFÍA.
1) Watchman Nee, “El Evangelio de Dios”; Living Stream Ministry; Anaheim, California, U.S.A.; 1994.
2) http://www.iglesiaelim.org/news4.htm

sábado, septiembre 20, 2008

LAS BIENAVENTURANZAS.

CLAVES PARA LA FELICIDAD
VIII PARTE

Pastor Iván Tapia

Lectura Bíblica: San Mateo 5:1-12

Propósitos de la Charla: a) Descubrir cual es la forma de vivir y experimentar la felicidad, según nuestro Maestro, Jesucristo; b) Aplicar las bienaventuranzas a la vida del discípulo; c) Anhelar la recompensa de quien practica las enseñanzas de Jesús.


“1 Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. / 2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: / 3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. / 4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. / 5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. / 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. / 7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. / 8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. / 9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. / 10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. / 11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (San Mateo 5:1-12)

A veces hay enfermedades raras. Son males del alma, que repercuten en el cuerpo. Y es difícil encontrarles remedio adecuado. Para ello no basta con la ciencia. Se necesita sabiduría. Una vez se enfermó un rey poderoso. Había librado grandes batallas en su vida. Con sus victorias había logrado conquistar imperios y tierras nuevas. Se había vuelto poderoso y rico. Pero se enfermó de gravedad. Por más que se le aplicaron todos los remedios que la ciencia conocía, la salud no volvía a su cuerpo. Evidentemente, estaba enfermo del alma. Mucho se buscó y se consultó para encontrar una solución. Pero nadie daba con ella. Porque todos querían curar el cuerpo. Solamente un viejo sabio se dio cuenta de lo que pasaba y ordenó buscar un remedio muy extraño: la camisa transpirada de un hombre feliz. Imagínense la extrañeza de semejante diagnóstico. La cuestión fue que, debido a la gravedad del caso, se aceptó probar también la receta. Y se salió por todo el reino en búsqueda de hombres felices a quienes se les pudiera pedir prestada su transpirada camisa.

Fueron a ver a los generales del ejército victorioso. Pero lamentablemente no eran felices. Se recurrió a los eclesiásticos, pero estos no habían transpirado sus camisas. Lo mismo pasaba con los banqueros, los terratenientes, los filósofos y cuantos personajes linajudos o célebres había en todo el territorio. Se recorrieron ciudades y poblados por orden de importancia y en ninguna parte se logró encontrar esta rara coincidencia de hombres felices con su camisa transpirada. Luego de una larga e infructuosa búsqueda, los emisarios regresaron al palacio tristes y confundidos.

Cuando quiso la casualidad que, al pasar frente al taller de un herrero, sintieron que desde adentro una voz cantaba llena de alegría: - Yo soy un hombre feliz, hoy me he ganado mi pan, con sudor y con trabajo, con cariño y con afán. Los buscadores del extraño remedio exultaron de alegría, agradeciendo a su buena suerte el haber finalmente logrado tener éxito. Entraron precipitadamente al pobre tallercito de aquel herrero dispuestos a arrebatarle su transpirada camisa. Pero resulta que el hombre feliz era tan pobre, que no tenía camisa.

Cuando se lo contaron al Rey, este se dio cuenta de cuál era su mal, y ordenó que se distribuyeran sus enormes riquezas entre los pobres del reino, para que todos tuvieran al menos una camisa. Dicen que desde entonces se sintió mucho mejor...

Los seres humanos somos como ese rey que busca la fórmula para ser feliz. ¿Cuál es la clave para la felicidad en esta tierra ahora y en el futuro, es decir eternamente? Hay quienes dicen “el dinero no hace la felicidad… pero es necesario” y viven buscando el dinero para hallar la felicidad. Otros viven para el amor de pareja, son unos románticos o sensuales empedernidos; su felicidad máxima es poder enamorarse o tener relaciones con una pareja. Para otros la felicidad está en la familia; “la familia es lo más importante” dicen, ¡no hay como la vida familiar! Algunos caminan tras ideales políticos, religiosos o filosóficos y allí intentan encontrar la felicidad. Pero todo ello es pasajero, nos encontramos con la muerte, el fracaso, el abandono, la enfermedad, etc. y hasta allí llegó nuestra felicidad. Algo más sólido y permanente requerimos para encontrar la felicidad eterna.

En las lecciones anteriores hemos desentrañado algunas claves que la Sagrada Escritura nos ofrece para encontrar la verdadera felicidad. Hemos visto que necesitamos la Sabiduría de temer a Dios y guardar Sus mandamientos; llevar en nosotros la Esperanza de la manifestación futura de los hijos de Dios; tener una relación con el Padre a través de la Justicia establecida por Él en la fe en Jesucristo; asirnos de la Verdad que es Cristo, la Roca; poseer la Revelación de nuestro destino como discípulos Suyos; poseer la absoluta convicción de que nuestros nombres están escritos en el Libro de la Vida; vivir en Victoria. Pero hay algo más que debemos hacer y es lo que Jesús ordena muy poéticamente al inicio del llamado Sermón del Monte: practicar las Bienaventuranzas. Si somos capaces de vivir conforme a estos preceptos dados por el Maestro, recibiremos la recompensa del reino milenario. A los que vivan como Jesús, el Padre les promete lo mismo que dio a Jesús. Si somos fieles reinaremos con Él.

Bienaventuranza es dicha, felicidad. Jesucristo explica en estos versículos el verdadero camino para ser feliz. Parece un camino contradictorio, pero es perfectamente coherente con la Buena Nueva, que nos llama a amar al prójimo como a uno mismo "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo" (San Lucas 10:27) y nos recuerda que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hechos 20:35)

En este Sermón, Jesucristo responde únicamente a la pregunta "¿Quiénes son los salvos?" o "¿cuáles son las marcas y evidencias de una obra de gracia en el alma?" ¿Quién más conoce mejor a los salvos que el Salvador? El Pastor es quien discierne mejor a sus propias ovejas y el único que conoce infaliblemente a los que son Suyos, es el propio Señor. Podemos considerar las marcas de los bienaventurados dadas aquí, como testimonios ciertos de la Verdad, pues son dadas por Aquél que no puede errar, que no puede engañarse y que, como su Redentor, conoce a los Suyos. Este mensaje es un llamado de atención a vivir como “bienaventurados” como “los felices del Reino”.

Cuando consideramos las bienaventuranzas en el contexto del ministerio de Jesús nos damos cuenta que son promesas genuinas, promesas centrales en el ministerio y mensaje del Señor. A diferencia de los reyes medievales que entraban en los poblados tirando monedas a los pobres, o como los políticos modernos que vienen con cientos de promesas; Jesús prometió recompensas de duración eterna. A diferencia de los reyes o los políticos que no conocen la vida de los sufrientes, Jesús supo lo que la vida era a este lado del cielo. Vino a vivir como un pobre y como un desvalido.

La palabra griega “bienaventurados” describe a uno que es afortunado, feliz o digno de ser felicitado. Este pasaje conocido como el Sermón del Monte o las Bienaventuranzas, consiste en una serie de paradojas. Una paradoja es una declaración en apariencia verdadera que conlleva a una auto-contradicción lógica o a una situación que contradice el sentido común. En palabras simples, una paradoja es lo opuesto a lo que uno considera cierto. En cada caso Jesús dice que los que el mundo considera infelices o desafortunados, en realidad son los bienaventurados, porque les espera una recompensa o galardón de Dios. Para el mundo un pobre es un infeliz; un afligido no puede estar contento; el manso no tendrá éxito, ya que para progresar hay que ser agresivo; el que sufre injusticia es un amargado; no se puede ser misericordioso en una sociedad tan difícil de llevar, donde no se sabe quien va a atacar o aprovecharse de uno; ni se puede ser tan bien pensado y puro, a riesgo de pasar por tonto; la paz es un ideal pasado de moda; y la persecución se sufre cuando se va contra la corriente. Las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo una paradoja o contradicción en estos tiempos. Por eso a veces aún los cristianos se adaptan a este mundo y sus falsos valores, confundiendo vida cristiana con beneficios materiales y éxito mundano.

Jesús describe las características de aquellos que heredarán el reino de los cielos porque responden al Evangelio con fe. La fe genuina se hace evidente por las características que Jesús menciona en el Sermón del Monte. Jesús describe a los que responden al Evangelio, y no a cualquier individuo que pudiera parecer buena persona. La idea central del texto que revisamos este día está en la frase “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” la que podemos parafrasear como:

Si ustedes practican estos valores serán felices y en el futuro recibirán un premio por su conducta.

Esta es una enseñanza para discípulos.
“1 Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.”
Vio el Maestro a la multitud que le seguía, entonces subió al monte y le siguieron sus discípulos. Un líder es alguien que es admirado y seguido por otros que ven en él o ella algo que satisface sus necesidades. Jesús satisfacía esa necesidad de Verdad que tantos israelitas tenían, una palabra menos castigadora, más misericordiosa y, por sobre todo, dicha con autoridad, vivida por quien la enseñaba. Este Maestro tenía algunos –se cuentan más de 70- que estaban más cercanos y habían escogido seguirle muy de cerca, como su mentor, eran sus “discípulos”. Nosotros nos hacemos llamar “discípulos de Jesucristo” porque también hemos escogido renunciar a todo y seguirlo a Él.

Los principios del Discipulado cristiano, enseñados por el Maestro, son: 1.- El discípulo llegará a ser como su maestro. 2.- El discípulo carga la cruz y sigue a Cristo. 3.- El discípulo renuncia al mundo. 4.- El discípulo es fiel a su enseñanza. 5.- El discípulo ama a sus hermanos hasta la muerte. 6.- El discípulo se sujeta a Cristo y la Iglesia.

Este mensaje o enseñanza no es para el mundo; el Sermón del Monte está dirigido a personas creyentes, es decir quienes ya son salvos y han atravesado la puerta del reino, convertidos o nacidos de nuevo. Por lo tanto el cumplimiento o incumplimiento de esta enseñanza de Jesús no nos hace ganar ni perder la salvación eterna. Mas sí su incumplimiento podrá ser ocasión de reprobación y castigo para el creyente durante mil años. Es necesario que tomemos conciencia de la importancia y gravedad de estas exigencias del reino. Ser discípulos de Jesucristo es algo más que creer en el Evangelio y reconocerlo como nuestro Salvador; es practicar sus mandamientos, vivir conforme a Sus ordenanzas, que el sea nuestro Señor y Maestro, y las bienaventuranzas se hagan carne en nosotros. “¿Y por qué me llamáis: ``Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (San Lucas 6:46)

Sólo el Maestro puede transmitir Su enseñanza.
“2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo”
El que enseña abre su boca y todos están pendientes de sus palabras; sienten que esa enseñanza es pura sabiduría, que alimenta sus almas. Cuando un predicador sube al púlpito, la asamblea no ve al hombre sino que abre sus ojos y oídos a Otro que hablará a través de él: el Maestro, Jesucristo. En el monte están los discípulos de Jesús dispuestos a escuchar no a un hombre sino a Dios.

Jesucristo es nuestro Maestro, Su enseñanza viene del Padre, es Su Evangelio. Nosotros somos tan sólo transmisores de esa bendita enseñanza. Podemos ser ministros o tutores, pero sólo Él es el Maestro. ¿Cuál es Su enseñanza con respecto a la actitud del discípulo? ¿Cuáles son los valores que debemos poner en práctica para ser felices? ¿Qué obras nuestras nos harán merecedores de un galardón en el reino venidero? Es lo que veremos a continuación.

1. El valor de la pobreza de espíritu.
“3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”
¿Qué significa los pobres en espíritu? La frase “en espíritu” modifica a “pobres”, que normalmente se refiere a los que no tienen posesiones materiales ni para las necesidades de la vida. Aquí los pobres, lo que no tienen es el egoísmo y la arrogancia de los fariseos que creían que sus esfuerzos y méritos les habían concedido una posición especial delante de Dios.

El reino de los cielos pertenecerá a los que son pobres, no materialmente sino en espíritu, esto es: humildes, sencillos, sumisos, obedientes al Padre. Quien ha creído en Jesucristo como Salvador y Señor, ha aceptado el don de Dios y por tanto ha sido “pobre en espíritu”.

La palabra pobre parece representar un hombre encorvado, afligido, miserable, pobre; mientras que manso es más bien sinónimo de la misma raíz, que se inclina, humilde, manso, gentil. Algunos eruditos agregan también a la primera palabra un sentido de humildad; otros piensan en los “mendigos ante Dios” que reconocen humildemente su necesidad de ayuda divina. El “pobre” para Jesús no es aquél que no tiene cosas, sino más bien aquél que no tiene su corazón puesto en las cosas.

Los pobres de espíritu que Jesucristo llama bienaventurados son los que tienen el corazón desasido de las riquezas, hacen buen uso de ellas si las poseen, no las buscan con solicitud si no las tienen, y sufren con resignación su pérdida si se las quitan. El discípulo de Jesucristo debe ser pobre, pero en espíritu.

2. El valor de la aflicción.
“4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.”
A los cristianos auténticos les tocará vivir muchas penas, angustias, sufrimientos, desilusiones, injusticias, heridas, etc. porque han escogido el camino estrecho, la senda angosta. “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; / porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14). El mundo no entiende por qué alguien puede escoger el camino de la renuncia, la senda del Discipulado, y eso es fuente de dolor para nosotros. La carne tampoco se agrada con nuestra opción y reclama los placeres y las satisfacciones propias del materialismo y el hedonismo; muchas veces el cristiano sentirá frustración en su carne, por tener que renunciar a cosas que le son de gran placer. El diablo también reclama y ataca constantemente, buscando nuestra debilidad; en esta “guerra” las tinieblas no descansan tratando de desanimarnos. Pero el Señor nos dice: Bienaventurado eres porque hoy día lloras, pero en el futuro, en mi reino, recibirás consolación.

Los “que lloran” se oponen a la risa y a la alegría mundana de similar carácter frívolo (San Lucas 6:25). Los motivos del llanto no derivan de las miserias de una vida de pobreza, abatimiento y sometimiento, sino más bien los de las miserias que el hombre piadoso sufre en sí mismo y en otros, y la mayor de todas: el tremendo poder del mal por todo el mundo. A tales dolientes el Señor Jesús les trae el consuelo del reino celestial, “la consolación de Israel” (San Lucas 2:25) predicha por los profetas, y especialmente por el Libro de la Consolación de Isaías (Isaías 11:66). Incluso los judíos tardíos conocían al Mesías por el nombre de Menahem, El Consolador. Estas tres bienaventuranzas, pobreza, abatimiento y sometimiento, son un elogio de lo que ahora se llaman virtudes pasivas: abstinencia y resistencia

Hay tres pasos en esto de aprender a llevar el dolor: 1) Súfrelo con paciencia; 2) Luego trata de llevarlo “con agrado”; y 3) Ofrécelo a Dios por amor. Los que lloran y no obstante se llaman bienaventurados, son los qué sufren con resignación las tribu­laciones, los que se afligen por los pecados cometidos, por los males y escándalos del mundo, por verse lejos del cielo y por el peligro de perderlo. Recuerda: el discípulo de Jesucristo acepta la aflicción.

3. El valor de la mansedumbre.
“5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.”
La mansedumbre es la virtud que consiste en ser alguien manso, de condición benigna y suave. Se dice que un animal es manso cuando no es bravo. También se habla de una cosa “mansa” cuando es apacible, sosegada, tranquila: aire manso, corriente mansa. Lo contrario de una persona que practica la mansedumbre, es alguien inquieto, airado, irascible.

La mansedumbre es uno de los nueve frutos del Espíritu Santo en el cristiano (Gálatas 5:23); es parte del vestuario espiritual del cristiano: “Vestíos pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de tolerancia” (Colosenses 3:12). La recomienda Dios desde los tiempos antiguos: “Buscad á Jehová todos los humildes de la tierra, que pusisteis en obra su juicio; buscad justicia, buscad mansedumbre: quizás seréis guardados en el día del enojo de Jehová.” (Sofonías 2:3). Es recomendable para nuestra alma: “recibid con mansedumbre la palabra ingerida, la cual puede hacer salvas vuestras almas.” (Santiago 1:21)

Dominar la inquietud de ánimo, controlar la ira, el enojo, templarnos en el control de las emociones, es muy necesario para desarrollar mansedumbre. ¿Quiénes tendrán la herencia de la tierra finalmente? Serán los apacibles, sosegados y tranquilos, aquellos de ánimo manso que han sabido controlar su temperamento, dueños de sí mismos y no arrebatados, insolentes e iracundos. El milenio traerá como recompensa a los mansos la posesión de la tierra, es su herencia.

Puesto que la pobreza es un estado de humilde sumisión, el “pobre de espíritu” está próximo al “manso”, sujeto de esta bienaventuranza. Los que humilde y mansamente se inclinan ante Dios y el hombre, heredarán la tierra y poseerán su herencia en paz. Esta es una frase tomada de los Salmos: “Pero los mansos heredarán la tierra, Y se recrearán con abundancia de paz” (Salmo 37:11), donde se refiere a la Tierra Prometida de Israel, pero aquí en las palabras de Cristo, es por supuesto un símbolo del Reino de los Cielos.

No es fácil entender como Cristo te pide que seas manso, cuando el mundo es violento, cuando para los hombres, el importante es el más fuerte, el más poderoso. Ser manso significa ser bondadoso, tranquilo, paciente y humilde.

Mansos son los que tratan al prójimo con dulzura y sufren con paciencia sus defectos y agravios sin quejas, resentimientos ni venganzas. El discípulo de Jesucristo es manso.

4. El valor de la justicia.
“6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”
La tierra clama por justicia, el planeta ha sido mal tratado por el hombre; la Humanidad clama por justicia, el rico ha explotado al pobre, el fuerte ha humillado al débil; la Iglesia clama justicia pues ha sido escarnecida y perseguida; las almas de los hombres claman justicia porque han estado subyugadas por el imperio de las tinieblas a través de tantas edades. Cristo vino a la tierra a traer la justicia Divina, reconcilió por medio de su sangre al hombre con Dios, mas esa justicia se hará completamente evidente en el reino venidero. El milenio será una era de juicio en que cada hijo de Dios recibirá lo que le corresponda, conforme a sus obras. La justicia y quienes la han buscado honestamente serán saciados por completo.

La principal justicia es aquella que tiene que ver con la aceptación del gobierno o reino de Dios. Quienes no aceptaron el Evangelio no podrán recibir justicia en otras áreas, ya que rechazaron al Justo Jesucristo, pero los que sí le recibieron como su Señor y Salvador, recibirán la salvación completa de sus almas en la eternidad. Al término del milenio se dará el Juicio Final en el que los incrédulos serán juzgados conforme a sus obras. Antes del milenio, cuando los cristianos sean resucitados y otros arrebatados a la Presencia del Señor, todos compareceremos al Tribunal de Cristo y seremos juzgados conforme a nuestras obras, para recompensa o reprobación, como lo comprueban los siguientes textos: “Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor.” (1 Corintios 3:8); “Antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado á otros, yo mismo venga á ser reprobado.” (1 Corintios 9:27)

Los otros, sin embargo, piden una conducta más activa. Lo primero de todo, “hambre y sed” de justicia: un deseo fuerte y continuo de progreso en perfección moral y religiosa, cuya recompensa será el verdadero cumplimiento del deseo, el continuo crecimiento en santidad.

Cristo no te dice: busca que se te haga justicia, véngate, desquítate, sino que te dice: ¡alégrate, que ya Dios será justo en premiarte en el cielo por lo que has pasado aquí en la tierra! Tienen hambre y sed de justicia los que ardientemente desean crecer de continuo en la divina gracia y en el ejercicio de las buenas obras. El discípulo de Jesucristo es justo y espera confiadamente la Justicia Divina.

5. El valor de la misericordia.
“7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.”
A partir de este deseo interior se debe dar un paso más hacia la acción por las obras de “misericordia”, corporales y espirituales. “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. / Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; / estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” (San Mateo 25:34-36). Por medio de éstas los misericordiosos logran la misericordia divina del reino mesiánico, en esta vida y en el juicio final. La maravillosa fertilidad de la Iglesia en obras e instituciones de misericordia corporal y espiritual de toda clase muestra el sentido profético, por no decir el poder creativo, de esta sencilla palabra del Maestro divino.

Entre otras cosas, ser misericordioso significa también perdonar a los demás, aunque sea “grande” lo que te hayan hecho, aunque te haya dolido tanto, aunque tengas ganas de odiarlos en vez de perdonarlos. Misericordiosos son los que aman en Dios y por amor de. Dios a su prójimo, se compadecen de sus miserias así espirituales como corporales y procuran aliviarlas según su fuerza y estado. El discípulo de Jesucristo debe ser misericordioso.

6. El valor de la pureza.
“8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”
Según la terminología bíblica, la “limpieza de corazón” no puede encontrarse exclusivamente en la castidad interior, ni siquiera, como muchos eruditos proponen, en una pureza general de conciencia, como opuesta a la pureza levítica, o legal, exigida por escribas y fariseos. Frecuentemente en la Biblia (Génesis 20:5; Job 33:3; Salmo 24:4; Salmo 73:1; 1 Timoteo 1:5; 2 Timoteo 2:22) el “corazón puro” es la simple y sincera buena intención, el “ojo sano” (San Mateo 6:22). Este “ojo sano” o “corazón puro” es más que todo lo precisado en las obras de misericordia (v.7) y celo (v.9) en beneficio del prójimo. Y se pone de manifiesto a la razón que la bienaventuranza, prometida a esta continua búsqueda de la gloria de Dios, consistirá en la “visión sobrenatural” del propio Dios, la última meta y finalidad del reino celestial en su plenitud.

Limpios de corazón son los que no tienen ningún afecto al pecado, viven apartados de él y principalmente evitan todo género de impureza. El discípulo de Jesucristo es puro y contempla la gloria venidera.

7. El valor de la paz.
“9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
Los “pacíficos” son no sólo los que viven en paz con los demás sino que además hacen lo mejor que pueden para conservar la paz y la amistad entre los hombres y entre Dios y el Hombre, y para restaurarlas cuando han sido perturbadas. Es por esta obra divina, “una imitación del amor de Dios por el hombre” como la llama Gregorio de Nisa, por la que serán llamados hijos de Dios, “hijos de su Padre que está en los cielos” (San Mateo 5:45).

Pacíficos son los que conservan la paz con el prójimo y consigo mismos y procuran poner en paz a los enemistados. El discípulo de Jesucristo es pacífico, es persona de paz.

8. El valor de la consecuencia.
“10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. / 11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. / 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.”
Cuando después de todo esto a los piadosos discípulos de Cristo se les retribuya con ingratitud e incluso “persecución”, no será sino una nueva bienaventuranza, “pues suyo es el reino de los cielos”.
Así, mediante una inclusión, no infrecuente en la poesía bíblica, la última bienaventuranza vuelve a la primera y a la segunda. Los piadosos, cuyos sentimientos y deseos, cuyas obras y sufrimientos se presentan ante nosotros, serán bienaventurados y felices por su participación en el reino mesiánico, aquí y en el futuro. Y, visto lo que los versículos intermedios parecen expresar, en imágenes parciales de una bienaventuranza sin fin, la misma posesión de la salvación mesiánica.

Las ocho condiciones requeridas constituyen la ley fundamental del reino, la auténtica médula y tuétano de la perfección cristiana. Por su profundidad y amplitud de pensamiento, y su relación práctica sobre la vida cristiana, el pasaje puede ponerse al mismo nivel que el Decálogo en el Antiguo Testamento, y que la Oración del Señor en el Nuevo, y supera ambos por su belleza y estructura poética.

Padecen persecución a causa de la justicia los que sufren con paciencia las burlas, improperios y persecuciones por la fe y ley de Jesucristo. Quien vive las siete primeras bienaventuranzas, resultando en persecución, es un discípulo de Jesucristo, un verdadero cristiano, alguien consecuente con su fe. Una persona consecuente es aquella cuya conducta guarda correspondencia lógica con los principios que profesa. Indefectiblemente el verdadero discípulo de Jesucristo padecerá persecución por Cristo.

CONCLUSIÓN.
La verdadera felicidad está en ser pobre de espíritu, en saber sufrir, en saber ser manso de corazón, en tener hambre y sed de la justicia; en ser misericordioso, en tener un corazón limpio, en trabajar por la paz, en estar dispuesto a ser perseguido y a sufrir por causa de la justicia. El estar también dispuesto a recibir todo tipo de insultos, persecuciones y calumnias por causa de Jesucristo. Allí está el verdadero camino de la felicidad.

Por lo tanto, hoy día nos vamos a comprometer con el Señor a alcanzar la recompensa que Él ha prometido para los “bienaventurados”. Para ello:
1.- Haremos todo lo posible para pensar, sentir y actuar como “pobres de espíritu”.
2.- Ante el sufrimiento no nos quejaremos de Dios, de nosotros ni del prójimo, sino que vamos a aceptarlo como el plan de Dios para tratar y disciplinar nuestras vidas, como discípulos de Jesucristo.
3,- Aprenderemos a ser “mansos” en todos los ámbitos, tanto eclesiales como seculares, a semejanza de Jesús, el Cordero de Dios.
4.- Nos esforzaremos en ser justos con el prójimo y nos relacionaremos con Dios por medio de la justicia de la fe para salvación y de las obras para recompensa.
5.- Nos comprometemos a ser misericordiosos, samaritanos del prójimo en dificultad, del hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado.
6.- Tendremos un corazón limpio, una mirada limpia, una mente limpia, una conciencia limpia por la sangre de Jesús.
7.- Trabajaremos siempre por la paz, en contra de la discordia, la división, y todo aquello que aleje a las personas de Dios.
8.- Nos disponemos a ser perseguidos y a sufrir por causa de Cristo.

PARA REFLEXIONAR:
1) ¿Por qué nos propuso Jesucristo las Bienaventuranzas?
2) ¿Quiénes son los que el mundo llama bienaventurados?
3) ¿Quiénes son los pobres de espíritu que Jesucristo llama bienaventurados?
4) ¿Quiénes son los mansos?
5) ¿Quiénes son los que lloran y no obstante se llaman bienaventurados?
6) ¿Quiénes son los que tienen hambre y sed de justicia?
7) ¿Quiénes son los misericordiosos?
8) ¿Quiénes son los limpios de corazón?
9) ¿Quiénes son los pacíficos?
10) ¿Quiénes san los que padecen persecución a causa de la justicia?
11) ¿Qué significan los diversos premios que promete Jesucristo en las Bienaventuranzas?
12) ¿Reciben ya alguna recompensa en esta vida los que siguen las Bienaventuranzas?
13) ¿Pueden llamarse felices los que siguen las máximas del mundo?

BIBLIOGRAFÍA.
1. “La Camisa del Hombre Feliz.”
2. Pastor Iván Tapia; “El Discipulado I”; Lección Nº1.
3. Monseñor José Antonio Eguren Anselmo; “Las Bienaventuranzas son el programa de vida del cristiano”; Homilía del Domingo, 30 de enero de 2005.
4. Carlos Camarena; “Los ‘felices’ de acuerdo a Jesús,” 2ª parte.
5. Charles Haddon Spurgeon “El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano”; Las Bienaventuranzas; Sermón Nº 3155; Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres, 1873; publicado el Jueves 29 de Julio, 1909.
6. http://www.laverdadcatolica.org/F33.htm
7. http://ec.aciprensa.com/b/bienaventuranzas.htm

lunes, septiembre 08, 2008

VICTORIOSOS EN CRISTO.

CLAVES PARA LA FELICIDAD
VII PARTE


Lectura Bíblica: Apocalipsis 21:5-8

Propósitos de la Charla: a) Aprender a vivir como vencedores; b) Valorar la victoria de Jesucristo en la cruz; c) Identificar y luchar contra nuestros enemigos, utilizando las armas que Dios nos ha entregado; d) Ser victoriosos en el plano individual y colectivo; e) Tomar conciencia que somos del ejército de Jehová.


“Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. /Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. / El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. / Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” (Apocalipsis 21:5-8)

Los cristianos siempre hablamos de tener “luchas”, refiriéndonos a las dificultades que se nos presentan a diario en las relaciones humanas, las exigencias de un medio laboral muy competitivo, la escasez de trabajo y el valor económico de las cosas de consumo permanente. A esto se suman problemas de salud, educación de los hijos, relaciones conyugales y sentimentales, etcétera. Es un panorama que para algunos se hace muy difícil de enfrentar y constituye una “lucha”. Pero la dificultad de ello no reside sólo en una ofensiva externa, sino que también en el modo personal que tiene cada persona de reaccionar frente a las dificultades. Y aquí no podemos negar que cada uno trae y arrastra una serie de “pesos” o “lastres” que le hacen mucho más dificultoso el diario vivir. Me refiero a las heridas, los traumas y los complejos del alma. Todo ello, más los prejuicios, las culpas, las debilidades y pecados, constituyen otro frente de “lucha”. Hay un enemigo interno de cada persona, su propia naturaleza humana, caída y pecaminosa, que le arrastra a la oscuridad, tanto emocional como ética.

La otra “lucha” del cristiano es netamente espiritual y sólo reconocible por los creyentes. Para el ateo y el agnóstico no existe la realidad sobrenatural, de modo que para ellos esta dimensión es irreal. Pero nosotros sabemos que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Efesios 6:12) y que “el diablo anda como león rugiente buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).

En resumen, esta “lucha” del cristiano se da en tres frentes: contra el mundo, su propia carne y contra las tinieblas. Para ello el Señor nos ha provisto de armas poderosas, las que nos aseguran la victoria. En realidad la victoria ya es nuestra pues Jesucristo la conquistó en la cruz del Calvario para nosotros. No debemos vivir como derrotados sino con la conciencia de que ya hemos vencido. Es la mejor forma de “luchar”.

Hemos hablado de la “lucha”, pero otra cosa es combatir y batallar. Los combates humanos se dan en el mar, entre barcos enemigos. Nosotros sabemos del memorable Combate Naval de Iquique, por ejemplo. Las batallas se hacen en tierra, como la Batalla de Cancha Rayada o Chacabuco. Jehová, dice la Biblia es poderoso en batallas. “¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla.” (Salmo 24:8). Combates y batallas no son una simple “lucha” personal sino que forman parte de la “guerra” entre la Luz y las tinieblas.

Hermanos y hermanas: los cristianos no sólo tenemos una “lucha” personal contra los enemigos de nuestra alma, sino que además estamos involucrados en una “guerra” contra Satanás y sus huestes. Si es así ¿por qué tantos cristianos viven de un modo individualista, personalista, egoísta y con una mirada pequeña, sus vidas? Es necesario que tomemos conciencia que no estamos solos sino que pertenecemos a un Cuerpo, un Batallón, un Ejército; el Cuerpo de Cristo, el Batallón del Reino, el Ejército de Jehová. El gran líder seguidor de Moisés, Josué dijo: "…yo soy el jefe del ejército del Señor y ahora he venido" (Josué 5:14); Micaias dijo: “Escucha, pues, la palabra de Jehová: Yo he visto a Jehová sentado en su trono; y todo el ejército de los cielos estaba de pie junto a él, a su derecha y a su izquierda.” (1 Reyes 22:19) y el salmista: “Alabadle, vosotros todos sus ángeles; Alabadle, vosotros todos sus ejércitos.” (Salmo 148:2), Estamos en una guerra y no podemos permitir que el diablo se burle de la Iglesia. Tomemos conciencia de que pertenecemos al colectivo que es la Iglesia y ¡vamos tras la victoria! El himno “Firmes y adelante” nos insta a ello cuando dice “Nuestra es la victoria dad a Dios loor; / Y óigalo el averno lleno de pavor.” Es un canto de victoria que la Iglesia además de cantarlo debe vivirlo.

Hasta ahora hemos visto que la felicidad eterna se encuentra en la adquisición de estas claves o posesiones espirituales:
1) la Sabiduría de temer a Dios y guardar Sus mandamientos;
2) la Esperanza en la manifestación de los hijos de Dios;
3) la relación con el Padre a través de la Justicia establecida por Él en la fe en Jesucristo;
4) la Verdad que es Cristo la Roca;
5) la Revelación de nuestro destino como discípulos Suyos.
6) la convicción de que nuestros nombres están escritos en el Libro de la Vida.

Todo lo anterior apunta hacia algo relevante para nuestras vidas, algo deseable y por lo cual “luchamos”, “combatimos” y “batallamos” durante toda nuestra vida, desde el día de nuestra conversión y estaremos peleando por ella hasta la muerte: la Victoria.

San Juan escribe en su primera epístola: "Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. / ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Juan 5:4,5). Enseña el apóstol que toda persona que ha nacido de nuevo tiene victoria sobre el mundo y el espíritu que rige al mundo; el cristiano es un vencedor. Se puede decir que lo que vence al mundo es la fe en Jesucristo. El que cree que Él es el Hijo de Dios puede ya considerarse un vencedor. El texto de Apocalipsis agrega la herencia que espera al vencedor: el reino de Dios. Asegura:

“El que venciere heredará todas las cosas.”

¿Cuáles son los pasos para alcanzar esa victoria y esas “cosas” que son la herencia dada por Dios? El Señor mismo toma la iniciativa y nos conduce, como nuestro Capitán, a la victoria.

1. Dios hace nuevas todas las cosas.
“Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.” (v.5)

Después del Juicio Final, Dios destruirá la primera creación y hará otra: un cielo nuevo y una tierra nueva (v.1). San Juan ve descender una nueva ciudad santa, una Jerusalén nueva, el tabernáculo de dios con la Humanidad que fue salvada por Jesucristo. En esta ciudad de Dios no habrá más muerte, llanto, clamor ni dolor; allí no existirá más el sufrimiento humano. Esta será la felicidad absoluta. Dios hará todo nuevo ¡Qué bello será ver todo nuevo, re-creado, recién salido de la mano del Creador.

Entonces Dios, desde Su trono, invita al visionario a dejar un registro de Sus palabras. “Estas palabras son fieles y verdaderas”, dice, es la pura Verdad lo que te diré. Como cuando Jesús decía a sus discípulos “de cierto, de cierto te digo”, ahora Dios nos dice escucha estas palabras y escríbelas, toma nota, porque son toda la Verdad. ¿Hasta ahora, has escuchado con atención al Señor? A veces, cuando alguien nos cuenta sus experiencias y reflexiones, solemos distraernos con nuestros propios pensamientos y dejamos de prestarles atención. Quizás hacemos con Dios lo mismo y tenemos que volver a vivir una y otra vez pruebas innecesarias si hubiéramos prestado atención al Señor.

Escuchemos lo que Dios reveló a San Juan:

2. Dios da gratuitamente la vida eterna.
“Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.” (v.6)

“Consumado es” dijo Jesús en la cruz, cuando hubo terminado su trabajo redentor, la misión por la cual vino a este mundo. Algo similar dice Dios cuando el juicio de la Iglesia, de las naciones, de los impíos y del diablo y sus ángeles ya ha terminado. “Hecho está”. Y por sobre todo ello, se confirma una vez más que Él es todo, tiene toda autoridad y es toda realidad, es el principio y el fin de todas las cosas. Él es la Totalidad, el Alfa y la Omega. Y ratifica la invitación de Jesucristo “si alguno tiene sed, venga a mí y beba. ... Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.” (San Juan 7:37); “Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.” ¡Cuánta sed de Dios, de eternidad, de salvación, tienen los seres humanos y no quieren venir a Jesucristo para saciar esa necesidad! En este pasaje está muy bien establecida la necesidad del hombre y la capacidad de Dios para satisfacer esa necesidad. Los hombres no tenemos esa capacidad de salvarnos por nosotros mismos, por nuestros esfuerzos o deseos; sólo tenemos el vacío interior, el hambre y la sed, la necesidad imperiosa de ponernos a cuenta con el Creador. Lo hermoso es que Dios nada nos pide, Él no cobra, otorga gratuitamente la vida sobrenatural y eterna, para vivir con Él en la nueva Jerusalén. ¡Qué torpes somos al rechazar la oferta del Señor!

3. Dios da su herencia al vencedor.
“El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.” (v.7)

Es muy desconcertante este versículo, si lo comparamos con el anterior. En el precedente nos habla de la gratuidad de la salvación; podemos obtener el “agua viva que salta para vida eterna” (San Juan 4:14) sólo creyendo en Jesucristo. Sin embargo ahora nos habla de ser vencedores. “El que venciere” asegura “heredará todas las cosas”. Cuando hablamos de vencer, estamos implicando una acción humana que es más que un simple y pasivo creer; existe un opositor sobre el que necesitamos salir victoriosos. Este puede ser un ente concreto como espiritual, ya sea externo o interno. La oposición que tenemos los cristianos es triple: a) nuestra propia carne inclinada al mal, el llamado hombre natural o naturaleza humana; b) el mundo que nos rodea con todas sus tentaciones; y c) el diablo y sus huestes espirituales de maldad. El cristiano habrá de salir vencedor en esas tres áreas para recibir un buen resultado y salir aprobado en el juicio a los cristianos en el Tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10).

Pero ello se contradice con la salvación por gracia. Dios da la salvación gratuitamente al que es de la fe de Jesús y no puede quitarla o hacerla depender de comportamiento humano. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; / no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8,9). El agua de vida es gratis mas ¿por qué agrega que “el que venciere heredará todas las cosas”? La respuesta la encontramos en el verso siguiente.

4. Dios juzga y condena a los perdedores y a los suyos purifica.
“Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” (v.8)

¿Quiénes son los perdedores? Estos son los perdedores, los fracasados, los que no aceptaron el mensaje puro y claro de Jesucristo. La cobardía, la incredulidad, la abominación, el homicidio, la fornicación, la hechicería, la idolatría y la mentira, fueron más fuertes que la verdad de Jesús en sus vidas. Amaron más las tinieblas que la luz (San Juan 3:19). Prefirieron desechar el mensaje de Dios, para seguir haciendo lo que a ellos les llenaba. No se acercaron a la Luz porque sus obras estaban en oscuridad (San Juan 3:20).

1) Los cobardes son los que no se atrevieron a aceptar a Jesucristo, los que tuvieron miedo de ser censurados por su familia y prójimos, los que tuvieron temor de tener que abandonar sus vicios y costumbres arraigadas, los que no se animaron con valentía a dejar su pasado. “Al reino de los cielos se hace fuerza, y los valientes lo arrebatan.” (San Mateo 11:12)

2) Los incrédulos son aquellas gentes que todo lo cuestionan, incapaces de hacerse niños frente al Padre. En el fondo son unos orgullosos que no quieren ponerse bajo la autoridad máxima de la Creación. Seguir a Jesucristo es un asunto de fe. “Sin fe es imposible agradar a Dios porque es necesario que el que se acerca a Él crea que le hay y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Si usted es valiente y se permite creer en Jesús, la Palabra de Dios le asegura que el Padre le dará un galardón, un premio en la eternidad.

3) Los abominables son los que practican abominación, aquello que el Señor rechaza, desprecia, enjuicia y condena. Abominación es definido como “Cosa abominable”; es algo “Que desagrada profundamente”. En este caso es lo que desagrada a Dios. Todo ser humano con su conciencia bien puesta sabe perfectamente qué es lo que no agrada a Jehová. Si por seguir en sus costumbres abominables, no acepta a Jesucristo, será juzgado en la segunda resurrección según sus obras, porque no aceptó el regalo misericordioso de Dios, la salvación en Jesucristo. Por tanto su nombre no estará escrito en el Libro de la Vida. “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. / Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira.” (Apocalipsis 22:14,15). Quien hace abominación a Dios, lave su conciencia en la sangre de Jesucristo y encontrará salvación y liberación eterna para su alma.

4) Los homicidas son los que matan a sus hermanos, los Caín que asesinan el alma, que producen daño a su prójimo ya sea física, psicológica o espiritualmente. Quien se reconozca homicida, debe volverse a Dios, quien dijo “No matarás” (Éxodo 20:13). El aborto, la eutanasia, el suicidio, son pecados contra la vida y están condenados por el Creador. Mentir, calumniar, injuriar y hablar mal del prójimo, son pecados de la lengua tan nocivos y mortales como matar el cuerpo. Una calumnia puede herir y hasta dar muerte a la buena imagen de una persona. La injuria es imputar a alguien un hecho o dichos que menoscaban su persona. El sólo chisme y comentario malévolo sobre otras personas hacen mucho daño.

5) Los fornicarios son los que tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio, sean casados o solteros. El desorden en la vida sexual y preferir ello a abandonarlo por seguir a Jesucristo, dejará a muchos fuera de la fe. Dios nos llama a una vida de orden en todo aspecto. Él ha dicho: “¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros?” (Santiago 4:1). Obviamente el Creador no está contra la vida ni la sexualidad, ya fue creada por Él mismo, sino que se opone al descontrol y desorden en las relaciones humanas. El séptimo mandamiento ordena: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). Aunque la salvación no depende de acciones humanas, quien siga a Jesucristo abandonará voluntariamente a su tiempo aquella forma de vida que no agrada a Dios. Que no sea el desorden sexual motivo para no seguir a Jesucristo.

6) Los hechiceros son los que practican la brujería y todo tipo de prácticas ocultistas. Dios creó al ser humano a su propia imagen y semejanza y le dio el encargo de cuidar y administrar lo creado según Su voluntad. Cada persona ha de utilizar su inteligencia y otros dones que Dios le ha otorgado para ganar el pan de cada día honradamente y trabajar por el bien común. Nadie debe depender de adivinaciones, brujerías, astros, sortilegios, macumba, magia, ouija, médium, ocultismo, horóscopos, hechicería, evocación de muertos o de la "suerte" para vivir y resolver las dificultades de la vida. Jesús dijo: "Adorarás al Señor tu Dios, y a El solo servirás" (San Mateo 4:10). El apego a estas prácticas pueden ser un gran obstáculo para seguir a Jesús, o bien seguirle a Él por motivaciones incorrectas, como la de Simón el mago, que intentó comprar el don del Espíritu Santo (Hechos 8:9,18-24). En la iglesia primera “Muchos de los que habían aceptado la fe venían a confesar y exponer todo lo que antes habían hecho. No pocos de los que habían practicado la magia hicieron un montón con sus libros y los quemaron delante de todos. Calculando el precio de los libros, se estimó en unas cincuenta mil monedas de plata. De esta forma la Palabra de Dios manifestaba su poder, se extendía y se robustecía" (Hechos 19, 19-20).

7) Los idólatras son los que tienen otros dioses. La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hoy por hoy varios falsos dioses son adorados por la gente, como el cuerpo, la belleza externa, el sexo, el poder, el dinero, el consumismo, la tecnología, etc. Estas cosas ocupan el corazón de las personas a tal punto que les impiden entregar sus vidas a Jesucristo. El segundo mandamiento de la Ley de Dios dice: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en los cielos, en la tierra, ni debajo de la tierra. No te inclinarás delante de ellas ni la honrarás, porque yo Jehová, soy un Dios celoso” (Éxodo 20: 4). El celo de Dios es justo y se atiene a la verdad, ya que Él es el único Dios que existe y por lo tanto merece nuestro respeto y reconocimiento. Él no quiere compartir su lugar con nada en nuestros corazones. Su celo es por nuestro bien, ya que reconociéndolo y amándole, seremos felices. Dejar la idolatría de las cosas y seres de este mundo, que va hacia la destrucción, es una sabia decisión de nuestra parte. No permitamos que una idolatría nos lleve a la perdición por la eternidad. Jesús ha dicho “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (San Marcos 8:34). Negarse a sí mismo es un acto de “abnegación” por Dios. Seguir a Jesús es dejar de pensar en mí para pensar en Él y unirme con Él eternamente, dejando atrás todo ídolo.

8) Los mentirosos son los que fabulan y prefieren lo que la vanidad de sus mentes les dicta, a la Verdad de Dios. La Biblia dice: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, / ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.” (1 Corintios 6:9,10).

La mentira es siempre mentira, como el mal siempre lo es. El mayor engaño de este mundo es cambiar de nombre a lo malo llamando bueno. Por ejemplo: a la pornografía la llaman "libertad de expresión"; al aborto "libertad de decidir"; aceptar la homosexualidad es "tolerancia de la diversidad sexual"; no decir la verdad en algo pequeño es una “mentira blanca”. El origen de la mentira está en Satanás "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (San Juan 8:44); "Satanás, el seductor del mundo entero" (Apocalipsis 12:9). Si el diablo es creador de algo es la mentira. Desde el principio ha actuado con engaño. No se deje engañar por él y rebélese contra su poder diabólico, siga a Jesús, Camino, Verdad y Vida.

CONCLUSIÓN.
La tierra y los cielos como los conocemos ahora serán destruidos y un nuevo cielo y una nueva tierra serán creados, y el estado eterno será establecido. Una vez más, como en el Jardín del Edén en Génesis, el hombre nuevamente morará con Dios y Él con ellos (Apocalipsis 21:3); todo el remanente de la maldición (sobre la tierra por causa del pecado del hombre) será quitado (sufrimiento, enfermedad, muerte, dolor) (Apocalipsis 21:4) Dios dice que aquellos que vencieren heredarán todas las cosas, Él será su Dios y ellos serán Sus hijos Así que, como se inició en Génesis, la raza humana redimida vivirá en compañerismo con Dios, libre del pecado y su maldición (tanto interna como externamente), en un mundo perfecto, teniendo corazones perfectos a semejanza del corazón mismo de Cristo (1 Juan 3:2-3).

Por lo tanto:
1. Necesitamos aprender a vivir como vencedores y no como perdedores.
2. Valoremos la victoria de Jesucristo en la cruz y vivamos como vencedores y no como vencidos.
3. Luchemos contra nuestros enemigos: la carne, el mundo y el diablo, utilizando las armas que Dios nos ha entregado.
4. Seamos victoriosos tanto en el plano individual como en el plano colectivo, como Iglesia y tomemos conciencia que somos del ejército de Jehová.

PARA REFLEXIONAR:
1) Relacione las cuatro acciones de Dios mencionadas en esta enseñanza, con la obra de Dios en nosotros: Regeneración, Salvación, Adopción y Santificación.

BIBLIOGRAFÍA.
1) “Diccionario de la Real Academia de la Lengua de España”; http://www.rae.es/
2) “¿Qué dice la Biblia acerca de la hechicería y la adivinación?”
http://www.vidahumana.org/vidafam/nuevaera/biblia_nam.html

jueves, septiembre 04, 2008

ESTAR INSCRITO EN EL LIBRO DE LA VIDA.

CLAVES PARA LA FELICIDAD
VI PARTE

Pastor Iván Tapia

Lectura Bíblica: Apocalipsis 20:11-15

Propósitos de la Charla: a) Comprender que los cristianos no compareceremos en el Juicio Final; b) Valorar la importancia de que todo ser humano esté inscrito en el Libro de la Vida; c) Profundizar la idea de que las obras humanas no salvan del juicio Final y la condenación; d) Valorar y profundizar la comprensión de la Justicia de Dios.

“11 Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. 12 Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. 13 Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. 14 Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. 15 Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” (Apocalipsis 20:11-15)

Al cumplirse los mil años, Satanás reunirá a las naciones para un último ataque contra Dios (Apocalipsis 20:7-11). Es la ofensiva final contra Jerusalén por las naciones hostiles. Gog y Magog es todo lo que se opone a Dios. Los ejércitos hostiles bajo su comandante en jefe, el diablo, se dirigen contra el campamento del pueblo de Dios y contra la ciudad amada, es decir, Jerusalén. Esa ciudad será el factor geográfico de convocatoria para las huestes enemigas. Será el gran teatro de operaciones de la aldea global: aéreo, terrestre y con apoyo marítimo. Los ejércitos serán consumidos por el fuego del cielo. El diablo será arrojado al lago de fuego y azufre junto a la bestia y el falso profeta. Es el triunfo completo y definitivo de Dios. Los ejércitos de Satanás usarán todo tipo de armas tácticas y estratégicas convencionales como además agentes químicos, biológicos y nucleares.

En esta última y final maniobra ofensiva la dirección suprema de la fuerzas de la tierra estarán bajo el mando de Satanás como conductor político y militar. Él convocará a una movilización mundial de tropas para conformar el gran y más poderoso ejército mundial de todos los siglos. Éstos desplegarán todo tipo de medios disponibles ya sean terrestres, aéreos y marítimos. Jesucristo junto con su ejército celestial aplastará en forma definitiva y final a Satanás obligándolo en esta guerra a ser sometido y aniquilado por la eternidad, bajo la poderosa mano y voluntad de Dios.

En seguida todos los muertos que no reconocieron a Jesucristo en sus vidas, serán resucitados en la segunda resurrección, para ser juzgados ante el trono de Dios, conforme a sus obras. Por no haber creído al Evangelio, no están inscritos en el Libro de la Vida, por lo tanto serán condenados al lago de fuego. Dios da muchas oportunidades al ser humano durante su vida, para arrepentirse y aceptar a Jesucristo, pero éste desprecia ese regalo y prefiere vivir conforme a sus propios criterios. Sus propias obras le condenarán en el día del Juicio. La Palabra de Dios nos advierte:

“Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”

PRINCIPALES ASPECTOS DEL JUICIO FINAL.

1. EL JUEZ: DIOS.
“Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él,…” (v.11,a) El milenio ha finalizado. San Juan visualiza “un gran trono”. Sobre todo trono se sienta un gobernante, rey o emperador. Éste tiene autoridad para ordenar, juzgar y condenar. Juan ve el trono, símbolo de esa autoridad máxima y también ve al que está sentado en el trono: Dios.

2. EL ESCENARIO DEL JUICIO FINAL.
“…de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos.” (v11b) El cielo y la tierra ya no se ven, como si se hubieran desplegado o huido de Su Presencia. No hay lugar para el cielo y la tierra, ya se anuncia su fin.

3. LA EVIDENCIA: LOS LIBROS.
“Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; ….” (v.12a) La “visión” de San Juan es una visión espiritual, él no está viendo con los ojos de la carne sino con su espíritu. Es una visión entregada por Dios a la Iglesia, no al mundo. Cuenta que “vio”, lo escribe en tiempo pasado porque él ya lo vio y porque el Espíritu Santo quiere darnos la seguridad de que eso ya es algo cumplido, que será así y no de otro modo. Él vio claramente a todos los difuntos no creyentes –puesto que los creyentes ya fueron resucitados en la primera resurrección- sin importar diferencias sociales, culturales, étnicas, etc. de pie frente a Dios. Solemnemente unos libros fueron abiertos más el Libro de la Vida. Los libros contienen un registro de las acciones de los que serán juzgados y el Libro de la Vida certifica si el nombre de esa persona está inscrito como salvo. Como en todo juicio justo, en el Juicio Final también se acudirá a las evidencias para juzgar a los no creyentes.

4. LOS JUZGADOS: LOS IMPÍOS QUE NO RECONOCIERON A JESUCRISTO.
“y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.” (v12b) Los condenados de toda la Historia resucitarán para ser juzgados ante el Gran Trono Blanco de Dios. Ellos escogieron ser juzgados por sus propias obras, por tanto ahora les llegó el momento de vivir ese juicio. Escucharon el Evangelio mas lo rechazaron y como fracasaron en vivir bajo las normas de Dios, serán condenados por su orgullo, desobediencia e incredulidad. No existe aquello de un “infierno condicional”. La posición correcta es que el juicio de los condenados produce el tormento eterno para todos ellos. No son nuestras obras las que necesitamos hacer, sino las obras de Dios, y la principal es creer en Jesucristo. Así lo ha dicho el Señor: “Entonces le dijeron: "¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?"Respondió Jesús y les dijo: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado" (Juan 6:28-29).

5. FORMA DE JUICIO: SEGÚN SUS OBRAS.
“Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.” (v.13) Todos los océanos devolverán, el día del juicio final, los muertos que hay en él. En lenguaje simbólico el mar representa el mundo, todo el planeta entregará sus muertos. La muerte misma y el Hades o Seol, lugar de los muertos, entregarán los difuntos que tenía. Estos muertos no serán cristianos auténticos ya que ellos ya resucitaron en la segunda venida de Jesús antes del milenio, tampoco serán convertidos durante la gran tribulación, pues esos ya fueron resucitados al inicio del milenio, en la primera resurrección, como lo aclara el texto: “Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. / Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección./ Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años.” (Apocalipsis 20: 4,6). La primera resurrección es la de los muertos en la venida de Jesús, junto con el arrebatamiento, más los “decapitados” durante la persecución en la tribulación. La segunda resurrección será la de los impíos. La primera es para vida, la segunda es para muerte. ¿En cuál resurrección participará usted?

6. LA CONDENA: LA SEGUNDA MUERTE.
“Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda.” (v.14) La muerte entró al mundo por la caída de Adán y Eva (Romanos 5:12); entró el pecado por su desobediencia y por ello, como consecuencia la degradación, la enfermedad y la muerte. El ser humano no fue creado para morir sino para vivir. Al final de los tiempos, en el juicio, la muerte desaparecerá del universo.

El Hades es la traducción griega de la palabra hebrea Seol y designa el lugar donde se van los muertos, en el Antiguo Testamento, tanto justos como injustos. En el Nuevo Testamento sólo van al Hades los que no aceptan a Jesús como su Salvador, en cambio los que sí lo aceptan van inmediatamente a la presencia del Señor. Llegará ese día en que no se necesitará el “lugar de los muertos” porque ya no habrá más muerte.

La “muerte segunda” es la muerte definitiva del alma, una muerte que será el resultado de no haber escuchado y obedecido el llamado de Jesucristo, de haber preferido vivir conforme a las propias ideas sin tomar en cuenta a Dios. Procura ponerte a cuenta con el Señor, tú que no le has aceptado como tu Salvador, para que no tengas que llegar a la “muerte segunda” y vivas una eternidad de condenación. “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. / Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.” (San Juan 3:18,19)

7. EVIDENCIA FUNDAMENTAL DEL JUICIO: INSCRIPCIÓN EN EL LIBRO DE LA VIDA.
“Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” (v.15) Tengo la convicción de que no seré echado al lago de fuego al final de los tiempos, no porque sea una persona intachable, un “santo” en el sentido humano de la palabra, no porque jamás haya cometido pecados, ni sea tan bueno, no. Creo que no seré castigado con la muerte eterna porque ya Cristo murió por mi maldad. Él tomó mi lugar y el castigo que yo merecía. Luego de morir en la cruz, resucitó al tercer día y ascendió a los cielos después de 40 días (Hechos 1:3); fue victorioso sobre el imperio del mal. Así conquistó para mí, como para todo aquél que en Él crea, salvación eterna. Cuando creemos en Jesucristo y nos convertimos a Dios, cuando nacemos de nuevo, del agua y del Espíritu, nuestro nombre es escrito en el libro de la vida. Cuenta el Evangelio que los 72 discípulos regresaron de la misión que Jesús les encomendó y llegaron felices porque los demonios se les sometían. Entonces Cristo les respondió: “No se alegren porque someten a los demonios; alégrense más bien porque sus nombres están escritos en el Cielo” (San Lucas 10:20). Nuestro gozo no debe estar fundado sobre nuestro buen comportamiento, sino en que Jesucristo ya conquistó para nosotros el cielo. “El que venza vestirá de blanco. Nunca borraré su nombre del Libro de la Vida; más bien lo proclamaré delante de mi Padre y de sus Ángeles” (Apocalipsis 3:5). La salvación es una obra de Dios y no del ser humano.

El lago de fuego es un lugar de tormento en algún lugar desconocido para nosotros, pero el nombre tiene un paralelo interesante en la historia que nos da un modelo claro y terrible sobre el tormento que los condenados sufrirán. El Mar Muerto está lleno de un agua tan rica en sal y otras sustancias minerales, que el cuerpo humano flota en el agua sin ningún esfuerzo. En otras palabras, usted no puede hundirse en esa agua aunque lo intente. En tiempos antiguos el petróleo salía periódicamente a la superficie y se solidificaba en una sustancia como alquitrán, la cual los recolectores la cortaban en trozos del tamaño de un ladrillo y la vendían en la costa. Cuando se volvía a derretir, hacía un buen adhesivo para cementar los bloques de construcción; los egipcios también la utilizaban para embalsamar. Esa sustancia permanecía tanto en la superficie del agua, que los romanos le llamaron el Mar Muerto, “Lago Asfaltus”, de allí se deriva la palabra asfalto en español. De tiempo en tiempo, durante una tormenta eléctrica, un rayo caía en la superficie del agua incendiando el asfalto. Cuando eso sucedía, le llamaban "el Lago de Fuego". Imagínese por un momento que usted se encuentra en agua profunda. Mientras pueda mantener su cabeza fuera de la superficie, usted puede respirar. Pero la superficie está en llamas, entonces usted sostiene la respiración para hundirse bajo el agua y escapar de las llamas. Pero la densidad del agua lo devuelve a la superficie, como un corcho, hacia el fuego. Y así es día y noche. Usted se dobla y gira y se retuerce buscando algún lugar en donde poder respirar, aunque sea por un instante. Usted añorará la muerte y la buscará, pero no podrá morir porque no hay escape para este castigo.

CONCLUSIÓN.
Los cristianos no iremos a Juicio, si es que realmente nos hemos convertido a Jesucristo. Para no comparecer ante el Gran Trono Blanco, en el Juicio Final, es necesario que estemos inscritos en el Libro de la Vida. Nuestras obras no son una buena defensa o argumento para ese día.

¿Por qué Dios lo hizo así? A objeto de que nadie pudiese vanagloriarse de haber alcanzado la salvación por sí mismo. ¿Significa esto que no debemos obrar? No, nuestro deber es actuar bien, obrar de acuerdo a la voluntad de Dios. Si somos auténticos cristianos lo haremos así.

Si el Juicio Final no es para los cristianos ¿con qué fin lo predicamos? Para que no seamos engañados y tengamos miedo de ese Juicio, al cual no asistiremos. Además, para que examinemos si somos salvos y estamos inscritos en el Libro de la Vida.

¿Es injusto Dios al condenar eternamente a los hombres? No, Él es Justo porque los hombres prefirieron las tinieblas, entonces a las tinieblas se les destina. ¿Qué impide que un ser humano crea y siga a Jesucristo? Su orgullo e incredulidad.

Hasta ahora hemos visto que la felicidad eterna se encuentra en la adquisición de estas claves o posesiones espirituales: 1) la Sabiduría de temer a Dios y guardar Sus mandamientos; 2) la Esperanza en la manifestación de los hijos de Dios; 3) la relación con el Padre a través de la Justicia establecida por Él en la fe en Jesucristo; 4) la Verdad que es Cristo la Roca; 5) la Revelación de nuestro destino como discípulos Suyos. Y en esta lección hemos aprendido que hay una sexta posesión, un bien mejor que cualquier cosa de este mundo, la convicción de que nuestros nombres están escritos en gloria, en el Libro de la Vida.

PARA REFLEXIONAR:
1) ¿Cuántos días estuvo Jesús en la tierra, después de resucitar?
2) ¿Cómo será considerado por Dios lo bueno que hayan podido hacer los incrédulos? ¿Le servirá como defensa?
3) El para los incrédulos ¿tendrá la intención de ayudarles a entender algo o es el pago por haber sido incrédulos?
4) A su juicio ¿cuál es el propósito del Milenio?
5) ¿cuál fue la excusa de Adán y de Eva cuando desobedecieron a Dios? ¿Cuál es nuestra excusa? ¿Cuál será la respuesta de Dios a esa excusa en el milenio?
6) Lea y analice San Mateo 25:31-46. ¿Qué sucederá con los incrédulos que sobrevivieron a la Gran Tribulación?
7) El Señor Jesucristo ¿ha estado ausente o presente entre Su pueblo durante los 2000 años después de su resurrección?

BIBLIOGRAFÍA
1) Maestro José Herrera Rodríguez; “Apocalipsis”; Instituto Teológico Interdenominacional; Instituto Nocturno Asambleas De Dios; Valparaíso, Chile.
2) Jack Kelley; http://www.gracethrufaith.com/estudios-biblico-espanol/apocalipsis-en-espanol/Apocalipsis-19-20