viernes, julio 12, 2013

DERRAMARÉ MI ESPÍRITU.

 
 
“28 Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. / 29 Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. / 30 Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. / 31 El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. / 32 Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado. (Joel 2:28-32)


Los profetas anunciaron en la antigüedad la venida de un Mesías, el Cristo. Tal profecía se cumplió en la venida de Jesucristo a la tierra. Él predicó el Evangelio del Reino, murió por nuestra salvación y resucitó para ascender como Señor a los cielos. Pero antes de partir prometió que regresaría. Es la “segunda venida” de Jesucristo, que aún está por cumplirse. Si la primera profecía fue realizada ¿por qué no habrá de ocurrir la segunda? Los cristianos esperamos con ansias el cumplimiento de las palabras de Jesús y los profetas.

Así como se anunció la venida del Hijo de Dios, también se anunció la venida del Espíritu Santo. El profeta Joel, en el siglo V antes de Cristo, anunció lo siguiente: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.” Es necesario distinguir entre el espíritu del hombre y el Espíritu de Dios o Espíritu Santo. Todos los seres humanos tienen un espíritu, un soplo de vida dado por el Creador. Esa parte nuestra que no puede ser pesada, vista, medida ni tocada, es la esencia inmaterial del ser humano que le conecta con la Divinidad. Si comparamos al hombre con un fruto, la carne de éste sería su cuerpo, el cuesco su mente o alma, y la almendra correspondería al espíritu. Allí reside lo más valioso y eterno del ser humano, es su centro. Cuando el individuo rechaza a Dios, no cree en Él ni busca Su voluntad, ese espíritu está vacío, sediento de espiritualidad y hambriento de Dios. Es la condición de muchas personas que procuran llenar su vacío interior saciando su carne o su mente, pero jamás logran alimentar su espíritu, porque no permiten que Dios entre en ellos.

El espíritu del hombre necesita ser lleno del Espíritu de Dios. Sólo así saciará su necesidad de infinito y eternidad, su necesidad de Dios. Joel previó que el Espíritu de Dios sería derramado  sobre toda carne. No dice que entraría en el hombre de inmediato, sino que estaría “sobre” él. Es maravilloso pensar que hoy el Espíritu Santo está sobre cada ser humano, presto a entrar en su espíritu, siempre y cuando el hombre clame a Dios. Es deseable pedir y tener el Espíritu Santo, puesto que Él es dador de la vida sobrenatural, es el que da dones sobrenaturales y produce frutos o virtudes cristianas, como el amor.

Si aceptamos al Hijo, recibiremos el Espíritu Santo en nuestro espíritu, como Jesús lo prometió: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. / Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (San Juan 14:23,26)

El profeta Joel dijo que el Señor derramaría Su Espíritu sobre toda carne, promesa que se cumplió en el día de Pentecostés, después de la ascensión de Jesús a los cielos, cuando los Doce y sus familias estaban reunidos en el aposento alto esperando “la promesa del Padre”, es decir el Espíritu Santo. Es su más destacada profecía para este tiempo de los gentiles. Cuando llegó el Espíritu de Dios a ellos, en forma de lenguas de fuego, viento recio, expresiones de adoración exaltada y diversos idiomas, fue instituida definitivamente la Iglesia cristiana como cuerpo místico de Jesucristo en la tierra.

Pero también esta profecía apunta a los últimos tiempos, a la “segunda venida” del Señor. Fenómenos en los cielos señalarán la inminente llegada del juicio de Dios a las naciones: “Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. / El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová.” Será el día de Jehová del cual tanto hablaron los profetas del Antiguo Testamento. Para el pueblo de Dios habrá unción de Su Espíritu, abundancia de bendiciones materiales y espirituales, pero la ira de Dios para las naciones. El día de Jehová será un día grande, de gracia y de salvación para algunos, pero un día espantoso para otros.
 
 
 
 

sábado, julio 06, 2013

EL DÍA DE JEHOVÁ


Arrepiéntanse antes del día de Jehová.


“13 Ceñíos y lamentad, sacerdotes; gemid, ministros del altar; venid, dormid en cilicio, ministros de mi Dios; porque quitada es de la casa de vuestro Dios la ofrenda y la libación.  / 14 Proclamad ayuno, convocad a asamblea; congregad a los ancianos y a todos los moradores de la tierra en la casa de Jehová vuestro Dios, y clamad a Jehová. / 15 ¡Ay del día! porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el Todopoderoso. 16 ¿No fue arrebatado el alimento de delante de nuestros ojos, la alegría y el placer de la casa de nuestro Dios?”  (Joel 1:13-16)

Este es el mensaje del profeta Joel para la gente de su época. Más bien deberíamos decir que es el mensaje que Dios envía a Su pueblo por intermedio del Profeta. A los sacerdotes les dice que aprieten sus vestiduras y lamenten su pobre condición; que lloren los ministros de Dios; que duerman en cilicio, esos vestidos ásperos que se usaban para permanecer en oración y ayuno, como en luto espiritual y penitencia por los pecados. Los representantes de la religión, de quienes se esperaba plena entrega a Dios, han dejado de ofrecer al Señor sus ofrendas y sus propias vidas, para vivir en deleites e indiferencia a lo espiritual. Ha sido quitada de la casa de Dios “la ofrenda y la libación.”

El profeta –la voz de Dios –les ordena que proclamen ayuno en el pueblo. Dejar de comer, una de las necesidades básicas del ser humano, es signo de entrega a Dios y renuncia a satisfacer sólo los apetitos de la carne. Ayunar es abrirse al espíritu. Hoy día, cuando el pueblo quiere obtener algo de la autoridad, hace “huelga de hambre” pero en su corazón anida la rebelión y la ira. El ayuno no es rebeldía sino humillación ante el Señor, no es para convencer a una autoridad humana sino para romper las ataduras espirituales negativas, con la ayuda del Altísimo.

Convoquen asamblea, llamen a los hombres más sabios, a los dirigentes del pueblo y “a todos los moradores de la tierra” para que vengan a la casa del Señor y clamen a Él por misericordia y perdón, les dice Joel. ¡Cuánto necesitamos hoy día arrepentirnos de nuestras faltas a la moral de Dios! Aquella expresada en los Diez Mandamientos. Hay avaricia y codicia en las almas, hay corrupción en hombres públicos, hay mentira y robo, el adulterio y la inmundicia sexual es propagado a través de medios y redes, ni la religión escapa a este pecado generalizado. ¡Clamad a Jehová!

Entonces Joel pronuncia lo que nadie, ni nosotros, queremos escuchar “cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el Todopoderoso.” Más acostumbrados y proclives a escuchar las buenas nuevas y que Dios es amor, rechazamos a este Dios que nos amenaza con un “día de la ira de Jehová”. No debo decir que Dios esté amenazando, sino que está “advirtiendo”. Dios advierte a Su pueblo de las consecuencias nefastas que puede tener para ellos esa mala conducta. ¿Acaso no estamos a punto de sufrir las terribles consecuencias de la contaminación, la destrucción y explotación indiscriminada de la tierra? No podemos culpar al Creador de ello, ya que Él mismo nos encargó administrarla, para lo que nos proveyó de inteligencia y creatividad. La advertencia de Dios es que, si continuamos así, vendrá la destrucción para esta sociedad.

El tema central del libro del profeta Joel es el anuncio del “día de Jehová”, cuando Dios derramará su ira sobre la humanidad, trayendo juicio para los incrédulos y perdón para Su pueblo. Es un día en que habrá duras consecuencias para los pecadores no arrepentidos. Los sufrimientos actuales son sólo una preparación para ese día, el momento en que el Señor habrá de juzgar a los pueblos y naciones de la tierra: “15 ¡Ay del día! porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el Todopoderoso.”

Joel llama a los religiosos y al pueblo a reunirse en el templo y ayunar. Los insta a  condolerse delante de Dios y arrepentirse sinceramente de sus faltas, porque indudablemente las plagas que han asolado la tierra y la sequía que daña la agricultura, son un juicio del Señor, a tal punto que ni siquiera pueden ofrendar al Señor: “16 ¿No fue arrebatado el alimento de delante de nuestros ojos, la alegría y el placer de la casa de nuestro Dios?” 

Hay dos preguntas que necesariamente debemos formularnos ante este mensaje de Dios: 1) ¿Las catástrofes que vive hoy la tierra, tienen sólo una explicación natural o serán un juicio de Dios?; y 2) ¿Cómo podremos escapar del “día de la ira de Jehová”? Cada persona debe responder, desde su conciencia y madurez espiritual, a estas dos interrogantes. Sin embargo, es preciso recordar que Dios dispuso a un Hombre para que asumiera el castigo de nuestro pecado y para que nosotros, si creyéremos en ese Hombre, pudiésemos ser librados de toda culpa y así escapáramos del “día de la ira”. Ese Hombre es Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador.  Como dijo Juan el Bautista: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” (San Juan 3:36)